En mis últimos viajes a Besullo, tuve la suerte de conocer a Manunca, que vivía en casa de Carmina. Te despertabas, bajabas… y por ahí estaba él,
con una de esas sonrisas que ponen la mejor sintonía a la mañana. Carmina y él hacían
el dueto perfecto.
Una mirada limpia y amable, llena de nostalgia.
Es una lástima haber conocido a gente a la que tan pronto se le dice adiós. Pero es un gusto que hayan formado parte.
Un trozo de ellos se quedan conmigo. Pero sobre todo en
Besullo.
Son parte histórica de un lugar.
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