A Luis le conocí hace
casi un año. Volvía de ver el mazo (lugar donde antiguamente trabajaban el
hierro) cuando me lo presentaron. De ese mismo momento tengo una fotografía en
la que me enseñaba una pequeña maqueta hecha por él, del lugar que acababa de
ver. Como es lógico... pienso ahora. No me conocía y era algo reticente a la
fotografía. Por lo que solo saqué una foto de la maqueta y el lugar.
Su padre fue ferreiro
de Besullo y trabajó durante años en aquel mazo.
Estos días no fueron
los mejores de Luis. Pero noté que no solo yo agradecía volver a verle de nuevo
sino que a él también le hacia ilusión volver a verme por allí.
No sé cuánto tiempo
hace que Luis no encendía la fragua. Pero me avisó, en estos días vienes,
enciendo la fragua, me ves trabajando y haces unas fotografías.
Tenía muchísimas
ganas. No solo de fotografiar aquél momento sino de vivirlo. Aún así fui
reticente... Luis, le dije. Solo si te ves bien para ello.
Él último día me dijo
que lo acompañase. Entramos en aquél lugar donde había estado hace apenas un
año y muy tranquilamente sin mediar palabra, prendió la fragua y empezó a
trabajar.
Fueron quince minutos.
Quince minutos de
juegos de luces y de sonidos con una soltura, que solo la dan los años.
Éramos dos en aquél
taller. Pero realmente estábamos solos, disfrutando cada uno de lo que mejor
sabe hacer.
Momentos como este son los que me brinda Besullo y su gente. Y al final
se han convertido como en una especie de familia para mí. Y yo desde aquí y con
mis fotografías solo puedo dar las gracias a todos por esos maravillosos días
que me han hecho pasar.
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