Una de las cosas buenas que me han
enseñado o que por lo menos yo valoro como tal. Es a decir adiós.
De la mejor forma posible. Y esa, la
pone cada uno con lo que mejor sepa hacer. Porque hasta cierto punto
no importa si es mejor o peor. Sino el sentimiento que se va en ello.
Y qué es el día a día y las
relaciones si no llevan parte de él.
Pili no solo lo puso sino que nos dio
una lección de vida, de valentía, coraje... sin dejarse vencer.
La casa de mi padre está llena de
faros de diferentes tipos y lugares. Siempre me pareció curioso
cuando a la gente le da por cosas así. Pero como dije antes... algo
tan sencillo como eso, coge valor cuando miras detrás. Los faros
esperan, aguardan en cada puerto, guían el camino para aquellos que
quieran volver. Siempre en lugares fijos. Inmóviles... más que en
su destello continuo.
Creo que Pili fue un poco faro. Pero un
faro inquieto. Que en su caminar, iluminó a los que tenía
alrededor.
No es hacer eco. Es solo un homenaje a
uno de esos héroes que aparecen, se van pero que de alguna manera... siempre quedan.
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