Página web



PARA VIAJAR SIN PÉRDIDA:

"Las cosas que agitan el alma, no tienen explicación racional, pero son más necesarias incluso que las que agitan el cuerpo.
Tú sigue haciendo fotos y aunque haya días que no le encuentres explicación, también habrá días que cuestiones el universo, y mira lo grande que es, y lo necesario. Tú haz fotos"

lunes, 30 de noviembre de 2015

Invisibles. Juan Diego Botto.



El privilegio de ser perro

" Que por cierto ahora que digo lo del perro me estoy acordando de una anécdota que viví en Nueva York hace un tiempo. Yo salía de trabajar. Entonces trabajaba pelando cebollas y patatas en el sótano de una pizzería. No se pueden imaginar lo que era el olor de aquel sitio ni el dolor de ojos con el que llegaba a casa. En fin, salía de trabajar y fui a Central Park a tirarme un rato. Era verano serían las seis de la tarde. Había bastante gente. Yo estaba en ese sitio que llaman el Medow que traducido sería el prado o la pradera. Una extensión de césped muy grande donde la gente va a tomar sol, a jugar a la pelota, lo que sea. El caso es que había un vagabundo, un homeless que paseaba con su perro. El tipo estaba hecho mierda y su mascota también. Hablaba solo y a gritos mientras fumaba un cigarrillo. En un momento no se le ocurre nada mejor que apagar su colilla en el lomo del perro que curiosamente o tristemente, no sé, aullaba y se quejaba pero no se movía de su lado. Quiero decir que de algún modo lo aguantaba estoicamente. Se ve que no era la primera vez. Un joven con aspecto de futbolista americano se levantó y empezó a insultar e increpar al vagabundo. “Eres un hijoputa, no tienes corazón, deberían encerrarte en la cárcel y que te apagaran cigarrillos encendidos todo el día” etcétera, mucho etcétera. Después, otro con pinta de broker o abogado, uno de estos que llevan traje, maletín y zapatillas que son súper-cool y dan la impresión de ir al gimnasio todos los días. Después, una señora con pinta de hippie, y después otro y otro. En fin al final había como seis o siete personas increpando al homeless. La cosa se empezó a poner fea. El vagabundo cada vez gritaba más, todo el prado estaba mirando y entonces el futbolista americano le soltó un golpe tremendo en la cara. Casi lo tumba. Pero el imbécil del vagabundo se mantuvo en pie, no sé por qué, seguramente por algún extraño orgullo de indigente herido. El futbolista le encajó otro golpe y ahora sí lo tumbó. Una vez en el suelo el abogado, la mujer hippie, el futbolista y todos los demás empezaron a patear al homeless con una rabia y una saña que parecía que les acabaran de asesinar a la madre. El perro ladraba alrededor de ellos. Cuando se cansaron de patear se fueron dispersando cada uno por su lado, con pequeñas muestras de hastio e indignación en los rostros como si sugirieran: “Las cosas que nos obligan a hacer…”. El vagabundo se quedó en el suelo escupiendo sangre y retorcido de dolor mientras su fiel amigo le lamía las heridas. Lo espeluznante es que nadie hizo nada. Incluido yo. Quiero decir, un tipo apaga una colilla en un perro y seis personas deciden que debe ser castigado y sin embargo seis personas apalizan a un ser humano casi hasta la muerte y nadie se levanta para defenderlo. Ese día volví a casa muerto de miedo. En serio, me hubiera gustado ser perro, para que no se notara que era una persona con un delito inocente en la mochila."

No hay comentarios:

Publicar un comentario