El privilegio de ser perro
" Que por cierto ahora que digo
lo del perro me estoy acordando de una anécdota que viví en Nueva York
hace un tiempo. Yo salía de trabajar. Entonces trabajaba pelando cebollas y
patatas en el sótano de una pizzería. No se pueden imaginar lo que era el olor
de aquel sitio ni el dolor de ojos con el que llegaba a casa. En fin, salía de
trabajar y fui a Central Park a tirarme un rato. Era verano serían las seis de la
tarde. Había bastante gente. Yo estaba en ese sitio que llaman el Medow que
traducido sería el prado o la pradera. Una extensión de césped muy grande
donde la gente va a tomar sol, a jugar a la pelota, lo que sea. El caso es que
había un vagabundo, un homeless que paseaba con su perro. El tipo estaba
hecho mierda y su mascota también. Hablaba solo y a gritos mientras fumaba
un cigarrillo. En un momento no se le ocurre nada mejor que apagar su colilla
en el lomo del perro que curiosamente o tristemente, no sé, aullaba y se
quejaba pero no se movía de su lado. Quiero decir que de algún modo lo
aguantaba estoicamente. Se ve que no era la primera vez. Un joven con
aspecto de futbolista americano se levantó y empezó a insultar e increpar al
vagabundo. “Eres un hijoputa, no tienes corazón, deberían encerrarte en la
cárcel y que te apagaran cigarrillos encendidos todo el día” etcétera, mucho
etcétera. Después, otro con pinta de broker o abogado, uno de estos que
llevan traje, maletín y zapatillas que son súper-cool y dan la impresión de ir al
gimnasio todos los días. Después, una señora con pinta de hippie, y después
otro y otro. En fin al final había como seis o siete personas increpando al
homeless. La cosa se empezó a poner fea. El vagabundo cada vez gritaba más,
todo el prado estaba mirando y entonces el futbolista americano le soltó un
golpe tremendo en la cara. Casi lo tumba. Pero el imbécil del vagabundo se
mantuvo en pie, no sé por qué, seguramente por algún extraño orgullo de
indigente herido. El futbolista le encajó otro golpe y ahora sí lo tumbó. Una
vez en el suelo el abogado, la mujer hippie, el futbolista y todos los demás
empezaron a patear al homeless con una rabia y una saña que parecía que les
acabaran de asesinar a la madre. El perro ladraba alrededor de ellos. Cuando se cansaron de patear se fueron dispersando cada uno por su lado, con
pequeñas muestras de hastio e indignación en los rostros como si sugirieran:
“Las cosas que nos obligan a hacer…”. El vagabundo se quedó en el suelo
escupiendo sangre y retorcido de dolor mientras su fiel amigo le lamía las
heridas. Lo espeluznante es que nadie hizo nada. Incluido yo. Quiero decir,
un tipo apaga una colilla en un perro y seis personas deciden que debe ser
castigado y sin embargo seis personas apalizan a un ser humano casi hasta la
muerte y nadie se levanta para defenderlo.
Ese día volví a casa muerto de miedo. En serio, me hubiera gustado ser
perro, para que no se notara que era una persona con un delito inocente en la
mochila."