Apenas
instaurada la República, el 29 de mayo de 1931 se publica un decreto
que establece el Patronato de Misiones Pedagógicas con Cossío
de Presidente y Luis Álvarez Santullano, asturiano, de Secretario.
El Patronato depende del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas
Artes y tiene el propósito de llevar la cultura, la pedagogía
moderna y la educación ciudadana a los pueblos de España. En su
preámbulo se habla de «llevar a las gentes, con preferencia a las
que habitan en localidades rurales, el aliento de progreso y los
medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los
ejemplos del avance universal, de modo que los pueblos todos de
España, aún los apartados, participen en las ventajas y goces
reservados hoy a los centros urbanos». El objetivo es triple:
difundir la cultura general (dotando de bibliotecas, conferencias,
cine, gramófonos, un museo ambulante...); extender una moderna
orientación didáctica (cursillos, conferencias a maestros,
lecciones prácticas para conseguir la renovación pedagógica)
y promover la educación ciudadana en pueblos y villas («reuniones
públicas donde se afirmen los principios democráticos que son
los postulados de los pueblos modernos» y «conferencias y
lecturas donde se examinen las cuestiones pertinentes a la estructura
del Estado y sus poderes, a la Administración pública y sus
organismos, así como a la participación ciudadana en la
Administración y en la actividad política», todo ello
acompañado en la práctica con el reparto de ejemplares de la
Constitución).
El nombre de Casona aparece enseguida formando parte del engranaje de las Misiones:
«Yo he llevado el Teatro del Pueblo, formando parte de las Misiones Pedagógicas, por más de 500 pueblos de España. Recuerdo cuando llegamos a Sanabria. Íbamos médicos, ingenieros, peritos agrícolas... Pintamos y decoramos la escuela. Construimos camino anís adecuado; aún recuerdo que pedimos trigo del Canadá y que los resultados fueron magníficos. Mi trabajo fundamental era dirigir una compañía de teatro. Creo que las representaciones deslumbraban a las gentes más que todo el resto. Me acuerdo, como si lo viese ahora, que una tarde montamos El dragoncillo, de Calderón. Un campesino, con actitud despectiva, sacaba los grumos del tabaco cuando se levantó el telón. Se había pegado el papel de fumar al labio y le pasaron los cuarenta minutos en un segundo. Cuando acabó la representación sintió una especie de sobresalto... Yo creo que cada cual cumplía una función; la mía era el teatro; la del otro, decirle al campesino la mejor época de siembra...»
Un año después, en el verano de 1933, vuelve Casona a su pueblo natal con otro equipo: «Dejó la Misión un gramófono y discos, una biblioteca grande y seis escolares en los pueblos de alrededor y se repartieron 300 ejemplares de la Constitución». Y en 1934, siempre en verano, el mismo Casona volvería a dirigir una nueva semana de misiones. Los besullenses recuerdan muy gratamente aquellas visitas: «Lo que sí constituyó un espectáculo grandioso fue el cine mudo [...] que se proyectaba a base de pilas en la plaza frente a la panera de Cachoupo. [...] la gente se reía hasta reventar con las escenas de Chaplin, de Keaton y de los Marx» leemos en un librito de recuerdos de Besullo publicado por Teodoro Rodríguez.
«Ahora estamos viviendo en su máxima intensidad la tragedia iniciada en tierra española, que pronto había de incendiar a toda Europa. Los jóvenes maestros de la República han pagado en carne y sangre el delito de educar a la nueva infancia para una ciudadanía de libertad y de cultura: unos han caído ante el pelotón, otros aguardan el nuevo amanecer en la desolada fatiga de los campos de concentración o en el hospitalario destierro de América. Y los programas escolares de España han vuelto a reducirse a la estúpida estrechez de las «cuatro reglas», los silabarios y el catecismo cantados a coro, y la historia nacional «a partir del glorioso Movimiento».
Pero la semilla no se ha perdido; el pueblo la conserva allá, bajo el frío silencio de su esclavitud, como la sembradura de trigo bajo la nieve. Conoce ya el fecundo valor social de la escuela, cuya ausencia actual es una de sus muchas hambres. Sabe que esta lucha universal, comenzada en las bardas de su aldea, además de sus postulados de libertad y de justicia, entraña un duelo a muerte entre las fuerzas de la barbarie y de la inteligencia. Y espera que un mañana próximo, sus maestros han de regresar, sus bellas escuelas volverán a abrirse tras las sangrientas vacaciones; y sobre el horizonte del trabajo y la paz, volverá a florecer la eterna primavera de la cultura.»
Fuente:http://www.la-ratonera.net/numero8/n8_casona.html